El Trotskismo y el Partido de Vanguardia

Por Ulli Diemer


Los Trotskistas, para aquellos no iniciados en el especial y algunas veces confuso mundo de la política de izquierda, son los seguidores de Leon Trotsky, el hombre que junto con Lenin fuera uno de los líderes principales de la Revolución Rusa, y quien se opusiera a las políticas de José Stalin. Stalin ganó el control del Estado Soviético después de la muerte de Lenin, al tiempo que Trostsky fue expulsado del país y eventualmente asesinado.


Leon Trotsky

Las ideas Trotskistas han sido frecuentemente malentendidas o distorsionadas. Los partidos comunistas orientados hacia Moscú y los Maoístas orientados hacia Pekín insisten en llamarlos ‘Trotskyites’, etiqueta peyorativa que trata de indicar que las ideas de Trotsky no califican como un sistema coherente de pensamiento, como un ‘ismo’.

Es sólo hasta relativamente hace poco, y particularmente en Canadá, que los escritos de Trotsky y de otros Trotskistas se han vuelto ampliamente disponibles en idioma inglés y a un bajo costo. La amplia disponibilidad de materiales e historia Trotskista en Canadá se debe principalmente al establecimiento de la empresa ‘Pathfinder Press’ en Toronto, la cual persigue un ambicioso plan de publicaciones para su diseminación.

Las actividades de los ‘Trots’ son bastante familiares para los estudiantes en muchas universidades canadienses. En la Universidad de Toronto, han sido una tradición ya por varios años, con sus candidaturas para elecciones del Consejo Estudiantil, sus mesas literarias, sus manifestaciones sobre Vietnam, y sus llamados para “Derogar las Leyes del Aborto”, por nombrar sólo algunas.

Su historia comienza cuando Leon Trotsky, después de su expulsión de la Unión Soviética, funda la llamada ‘Cuarta Internacional’, considerada como la legítima sucesora de la Tercera Internacional (el Comintern), fundada por Lenin y destruida por Stalin. Esta Cuarta – o Trotskista – Internacional, sería la organización mundial a la que se adherirían los partidos Trotskistas locales.

Sin embargo, las organizaciones Trotskistas, ya de por sí pequeñas, inmediatamente empezaron a mostrar tendencia a tener desacuerdos entre ellas mismas, y a dividirse en facciones y grupos aún más pequeños, cada uno de ellos reclamando ser el único intérprete verdadero de Marx, Lenin y Trotsky. Como resultado de ello, en adición a la Cuarta Internacional oficial, crecieron (y continúan existiendo) un enjambre de grupos Trotskistas, cada uno clamando ser el núcleo de “el Partido de Vanguardia”.

En Canadá, por ejemplo, la organización oficial Trotskista se dividió recién el mes pasado y, adicionalmente, hay al menos otros 3 ó 4 grupos autonombrados Trotskistas.

Uno de los supuestos más comunes compartido por todas las organizaciones Trotskistas es la teoría Leninista del Partido de Vanguardia. La mayoría de los Trotskistas aceptan la afirmación de Lenin en su tratado político ‘¿Qué Hacer?’, que establece que los obreros no pueden nunca tener conciencia socialdemócrata que vaya más allá del ‘sindicato’: ésta tendrá que ser introducida desde fuera por intelectuales socialistas organizados en un partido de vanguardia. Si algún trabajador fuera a unirse al partido – decía Lenin –, debería ser como un intelectual que coincidentemente también fuera un trabajador. El insistía en lograr un partido pequeño, rígido, centralizado y disciplinado, diciendo que ésta era la única manera en la que podría actuar efectivamente y prevenir el oportunismo y desviaciones en las filas.

Lenin no fue capaz de citar apoyo en las obras de Marx y Engels para sus puntos de vista en lo relativo a la organización del partido (de hecho a menudo ellos expresaron ideas contrarias). Sin embargo, apoyó sus argumentos con copiosas citas de los trabajos de Karl Kautsky, el principal teórico alemán. Poco después, Kautsky declaró un enfoque reformista que fue rechazado por Lenin. De manera importante, sin embargo, Lenin no vio necesidad de rechazar las teorías de Kautsky sobre la conciencia, al tiempo que Kautsky también encontró innecesario modificarlas para adaptarlas a su orientación ahora reformista.

Los puntos de vista de Lenin iban a experimentar cambios significativos, pero él nunca volvió a publicar un trabajo sistemático sobre organización y conciencia. Lenin, de hecho, fue primariamente un maestro táctico, capaz de cambiar su enfoque dramáticamente en respuesta a diversos eventos. Es una ironía de la historia que el enfoque flexible de Lenin hacia la política revolucionaria haya dado paso a ortodoxias políticas marcadas por su rigidez teórica, que compiten entre sí aduciendo como propia la etiqueta ‘Leninista’ al seleccionar citas de las obras de Lenin que parecen apoyar su interpretación

Muchos seguidores de Lenin, desafortunadamente, han ignorado su última advertencia acerca de que ‘¿Qué hacer?’ pertenecía a un periodo histórico particular y no debería ser tomado como una teoría general del partido y de organización. Rosa Luxemburg entendió esto cuando advirtió que uno de los mayores peligros de las teorías de Lenin y Trotsky era que amenazaban convertir una necesidad – dictada por condiciones especiales y retrógradas en Rusia – en una virtud.

Los Trotskistas en particular han tendido a idolatrar lo que ellos creen es ‘Leninismo’, y han mostrado una inhabilidad marcada para entender objeciones a su versión del ‘Partido de Vanguardia’. Ernest Mandel, quien ha sido durante 25 años el principal teórico de la Cuarta Internacional, se repliega en la caricatura y la distorsión cuando lidia con críticos de Lenin como Rosa Luxemburg. Mandel inventa un hombre de paja a quien llama ‘espontaneísmo’ – a grandes rasgos, la idea de que la revolución ocurrirá de una manera completamente espontánea – la cual procede después a ‘demoler’, ignorando el hecho de que ninguno de aquellos con quienes pretende estar discutiendo tienen dicho punto de vista. En manos de Mandel y los Trotskistas, un debate serio sobre la forma que un partido revolucionario debe tomar; sobre la relación entre el partido y la clase trabajadora; y sobre la relación entre organización y espontaneidad, degenera en la afirmación, sin prueba alguna, de que el Leninismo es la única alternativa al anarquismo. Luxemburg, severa crítica tanto del anarquismo como de Lenin, no habría estado de acuerdo.

Uno de los principales problemas con la teoría Trotskista del partido de vanguardia es que no toma en consideración el hecho de que Lenin desarrolló sus teorías bajo circunstancias históricas muy diferentes. Él escribió para la Rusia zarista, donde cualquier partido socialista era considerado ilegal, y donde por tanto la actividad social debía realizarse bajo condiciones muy diferentes a las de una sociedad urbanizada moderna. La mayoría de la población era campesina, al tiempo que la clase trabajadora tenía un bajo nivel educativo y de hecho era mayormente analfabeta. Los problemas para lograr ‘conciencia’ política eran entonces significativamente diferentes a los de un contexto donde existen el alfabetismo y la educación casi universal. En sus circunstancias, los Bolcheviques eran necesariamente una pequeña minoría en la población, y su papel era diferente al de un partido de masas. Ciertamente, Lenin nunca concibió un partido de vanguardia con millones de militantes, tal como lo hacen ahora los partidos comunistas de Europa.

La teoría de Lenin también difiere fuertemente del concepto marxista de la auto-emancipación de la clase trabajadora. Para Lenin, el proletariado, incapaz de desarrollar su propia conciencia y de formar su propia organización revolucionaria, debe ser dirigido y disciplinado por intelectuales revolucionarios burgueses. Por tanto éste se convierte en el objeto y no el sujeto de la historia.

Esencialmente, esto representa un intento de aplicar soluciones organizacionales a problemas políticos.

Los críticos del Leninismo han señalado que lo que está en cuestión no es el indudable hecho de que los intelectuales formulan ideas. La pregunta es: ¿Debemos adoptar formas organizacionales que institucionalicen las divisiones entre personas con diferentes ‘niveles de conciencia’, o nos proponemos desarrollar formas que busquen superar esas diferencias?

El enfoque Trotskista es consistentemente elitista: Por ejemplo, llevan a cabo sus debates de política en secreto, para que las masas iletradas sean expuestas solamente a la línea correcta según sea determinada por la vanguardia. Aparentemente habría una terrible confusión si los trabajadores ‘inconscientes’ estuvieran expuestos a escuchar posiciones diferentes sobre algún asunto en particular. Desde luego, dado que cualquier organización revolucionaria que se precie está infiltrada por la policía, la práctica de no revelar posiciones opuestas en público significa que la policía sabe más que la clase trabajadora sobre los debates políticos dentro del partido de vanguardia.

Esta teoría de la conciencia es diametralmente opuesta a la insistencia de Luxemburg de que la conciencia política puede obtenerse sólo a través de la más amplia discusión posible y la participación en asuntos públicos.

Quizá la contradicción fundamental inherente al modelo del partido de vanguardia, con su insistencia en una autoridad superior centralizada para protegerse de que la masa militante menos ‘consciente’ tome posiciones incorrectas, es que ignora el antiguo problema de ¿quién defiende a los defensores? Este no es un asunto teórico vacío: La historia del movimiento Leninista entero, Trotskista o cual sea, podría fácilmente escribirse como la historia de un liderazgo partidista tras otro, guiando las organizaciones a callejones sin salida, derrotas y debacles, contra los deseos de gran parte de los militantes.

Con sus divisiones arbitrarias y formales entre dirigentes y dirigidos, el partido de vanguardia ‘democrático y centralista’ a menudo se convierte en una influencia divisoria en el movimiento de la clase obrera, y frecuentemente termina actuando como freno a los brotes espontáneos que se originan fuera del partido. El modelo organizacional es cerrado y rígido, por lo cual el partido tiende a ser cada vez más intrínseco y alejado de la gente a la que supuestamente trata de llegar y representar.

Quizá la mayor ironía de la insistencia Trotskista en un partido unido y disciplinado bajo liderazgo centralizado, es que este modelo en realidad produce enfrentamiento entre distintas tendencias, discordia, y división tras división. Todo Leninista con pretensiones de liderazgo se imagina secretamente a sí mismo como el nuevo Lenin, el líder infalible preparado para dividir cualquier organización que se desvíe de lo que él ve como la línea correcta. El ‘invernadero’ del partido de vanguardia Trotskista concentra tensiones y egos que tarde o temprano explotan.

No importa en qué otros asuntos esté involucrado, el punto de referencia primario para un Trotskista siempre es la organización Trotskista, o quizá la facción a la que pertenece dentro de la misma. Aquellos que han estado activos en política estudiantil estarán conscientes que los Trotskistas son invariablemente casi siempre considerados intrusos en las luchas, estafadores manipuladores que tratan de imponer en otros su “línea correcta” predeterminada.

El mismo cuadro es evidente en las luchas obreras. Los miembros de los partidos de vanguardia competidores son (justificadamente) vistos como intrusos con lealtades divididas y agendas ocultas, más que como trabajadores comunes y corrientes. Aún cuando los miembros de estas organizaciones son escogidos para representar a los trabajadores en elecciones sindicales – tal como en ocasiones lo son –, rara vez es a causa de su política, sino más bien bajo la creencia de que a pesar de sus afiliaciones, se les puede confiar que trabajarán fuerte cuando se trate de quejas y negociaciones del sindicato.

En general, las formas institucionales peculiares y los requerimientos de membresía del partido de vanguardia, y el comportamiento– a menudo sin principios – de sus miembros, tiende a engendrar desconfianza entre trabajadores y estudiantes, y por tanto obstaculiza considerablemente su efectividad política a largo plazo.

Con demasiada frecuencia el partido Leninista es ciego a los efectos que causa actuar como ‘la vanguardia de la clase obrera’ sin el apoyo de los propios trabajadores. Por ejemplo, el año pasado los Trotskistas de Toronto patrocinaron una Marcha del Día del Trabajo, con la cantidad de 65 personas marchando sobre Yonge Street en una tarde de sábado, coreando consignas y ondeando banderas rojas. Cualquier trabajador sensible que hubiera participado en esa farsa se habría desmoralizado, si no por el tamaño de la marcha en sí, por su auto-retrato de la izquierda como una banda de lunáticos, compitiendo con los Hare Krishnas y Fanáticos de Jesús por espacios en las aceras, mientras los compradores de la clase trabajadora se detenían y quedaban asombrados, o estudiadamente los ignoraban. A pesar de ello, a los organizadores de la marcha no se les ocurriría pensar que podría haber una diferencia cualitativa – no sólo cuantitativa – entre un desfile como ése y uno de 10 mil personas. El partido ve sus acciones como un sustituto para aquellas de la clase trabajadora. En la publicación interna del partido, la marcha fue reportada como un gran éxito.

Estos fracasos están en gran medida enraizados en la concepción mecanicista de conciencia, y por tanto de revolución, por parte de los Trotskistas. Por tanto, lo ‘económico’ y lo ‘político’ son vistos como esferas diferentes correspondientes a diferentes niveles de conciencia, una después de la otra, y completamente separadas. Las ‘masas’ supuestamente progresan de acción a experiencia a conciencia, mientras los trabajadores ‘avanzados’ progresan de experiencia a conciencia a acción – un esquema rígido, si es que alguna vez lo hubo –.

Lo esencial para un partido político, de acuerdo a los Trotskistas, es encontrar los eslóganes y ‘demandas transicionales’ ‘correctos’ que pongan el proceso revolucionario en movimiento y lo mantengan hacia adelante. Es un modelo mecanicista que tiene más en común con la física del siglo XVIII – o quizá con cuentos de hadas con palabras mágicas y puertas secretas – que con el Marxismo.

Desafortunada (o afortunadamente) el esquema vanguardista no corresponde a la realidad. La clase trabajadora se ha mostrado bastante capaz de desarrollar por sí misma la conciencia revolucionaria y política, así como formas de organización, en un sinnúmero de situaciones: desde los Cartistas Ingleses de los 1830s a los Húngaros en 1956, los Cubanos en 1959 y los Franceses en 1968. La endeble excusa Trotskista de que en estas luchas había “trabajadores de vanguardia“ que liderearon a los demás no es sólo frecuentemente falsa, sino que contradice a su propia teoría. Si durante el curso de una lucha, las personas con más experiencia y conocimiento tienden de manera más o menos espontánea a surgir como líderes, ¿dónde queda la teoría del partido de vanguardia? La posición de Lenin es muy clara y específica: sólo los intelectuales organizados en el partido de vanguardia pueden producir conciencia revolucionaria y proveer un verdadero liderazgo revolucionario. La historia muestra que la teoría de Lenin es evidentemente y específicamente incorrecta.

El líder Trotskista actual, Ernest Mandel, introduce otro argumento: Dice que las organizaciones revolucionarias formadas por la unión de grupos locales de bases inferiores (defendida por algunos revolucionarios europeos como la forma de construir un partido) no pudieron tomar el poder en Italia durante los disturbios en 1969, y por lo tanto, son inviables. Este es un argumento raro viniendo de un Trotskista. Los partidos de vanguardia Trotskistas han sido espectacularmente fracasados en completar algo significativo durante sus 40 años de historia, sin mencionar en la toma de poder. Si el enfoque del ‘partido desde abajo’ es juzgado como un fracaso tras 4 años, entonces ¿qué decir del enfoque Trotskista de construcción de partido?

Otro elemento crucial de la teoría Trotskista es su actitud hacia la Unión Soviética, a la que los Trotskistas llaman un “Estado obrero degenerado”. Con esto quieren decir que es un estado superior al capitalismo (en transición al socialismo, pero aún sin llegar a él), pero que se ha ‘degenerado’ porque el poder está en manos de una burocracia parásita, que debe ser derrocada antes de que dicha transición pueda ser completada. La razón por la que lo consideran superior al capitalismo es que la propiedad productiva (fábricas, minas, etc.) ya no es privada, y porque el Estado planifica la economía.

Este esquema Trotskista parecería violar el precepto Marxista básico de que las relaciones económicas son relaciones entre personas, no relaciones jurídicas o entre objetos. En la Unión Soviética y sus satélites, las relaciones obrero-patronales se mantienen, aún cuando el Estado es el propietario formal de las fábricas y la economía es planeada por burócratas gubernamentales. Podría decirse que la única diferencia económica esencial entre los países del bloque Soviético y los países que abogan por la propiedad privada es que en lugar de muchos capitalistas, sólo uno, el Estado, es el dueño de la economía.

Y la planificación y propiedad estatal son, por supuesto, fenómenos cada vez más comunes también en Occidente – no son exclusivos de los Estados Soviéticos.

El concepto de un Estado obrero en sí, degenerado, deformado, o de otra manera, es muy dudoso. El concepto marxista de dictadura del proletariado fue una etapa de transición corta entre el capitalismo y el socialismo. Una dictadura profundamente arraigada no del, sino sobre el proletariado – el “Estado obrero degenerado” – no tiene nada en común con la visión de Marx. Un “Estado obrero” en un país como Polonia o Rumania, donde los trabajadores nunca han asumido o mantenido el poder, es absurdo.

Por supuesto, la cuestión no es ante todo la pregunta académica de si Rusia debe ser considerado un estado capitalista o un estado obrero, sino las raíces políticas e implicaciones de estos puntos de vista. La inclinación de los Trotskistas para defender a Rusia como un estado obrero pone en tela de juicio toda su concepción de revolución.

El historial de Trotsky es ilustrativo en este sentido. Él consideraba totalmente aceptable el que el ‘Estado obrero’ fuera gobernado por el partido ‘en nombre de’ los trabajadores; que hubiera jugado un papel destacado en el aplastamiento de la rebelión de los trabajadores y marineros en Kronstadt; que abogara por la militarización de los sindicatos, e insistiera en la necesidad de una dirección unipersonal de la industria en lugar del control de los trabajadores. En efecto, uno de los puntos más reveladores de Stalin contra los cargos de burocracia de Trotsky fue señalar que el mismo Trotsky era el “patriarca de los burócratas”.

En Occidente, la estrategia Trotskista a menudo depende de su actitud hacia los ‘partidos obreros’ como el NDP Canadiense, y la táctica generalmente siendo una de infiltración. Públicamente, apoyan más políticas socialistas para estos partidos socialdemócratas. Lo que realmente esperan hacer, pero no admiten públicamente, es incorporar a las personas más progresistas dentro del partido socialdemócrata y entonces dividir a futuro. La deshonestidad fundamental de unirse a una organización profesándole lealtad mientras secretamente conspiran contra ella no es de preocupación para los Trotskistas – pero ciertamente ayuda a explicar la desconfianza visceral con la que a menudo son vistos.

En la práctica, la táctica de infiltración con frecuencia se convierte en su perspectiva completa. Así, en 1938, los Trotskistas Canadienses decidieron “seguir concentrando sus esfuerzos principales en trabajar dentro del CCF , con miras a culminar sus actividades por una pelea programática y política completa en o alrededor de la convención nacional de otoño del CCF, con la perspectiva de completar la experiencia dentro de esta organización reformista decadente”. Décadas más tarde, y tras miles y miles de horas de trabajo, la perspectiva sigue siendo la misma y el trabajo dentro del NDP se prolonga indefinidamente, con los infiltrados Trotskistas justo donde estaban cuando comenzaron.

Una táctica similar es adoptada en los sindicatos: exigen públicamente a los dirigentes más políticas de izquierda, mientras maniobran tratando de tomar control en posiciones de liderazgo dentro de la burocracia sindical. Su perspectiva empieza con el entendido de que es importante relacionarse con los sindicatos considerando que tantos trabajadores pertenecen a él, pero rápidamente degenera en interminables y generalmente infructíferos intentos de apoderarse de ellos. La táctica Trotskista termina siendo la estrategia, y reduce en gran medida su perspectiva y su práctica.

Cuando actúan por sí mismas, las organizaciones Trotskistas parecen dirigirse a cualquiera de los polos extremos de reformismo y extrema izquierda. Entre los dos grupos Canadienses principales, por ejemplo, la League for Socialist Action (SLA), con su grupo juvenil, los Young Socialists (YS), se ha organizado desde hace años en torno a consignas reformistas monotemáticas que nunca se integran en una perspectiva estratégica total, tales como “Retiren las Tropas Norteamericanas” o “No a la Ley del Aborto”.

El otro, el Revolutionary Marxist Group (RMG) se organiza en torno a eslóganes tan ‘concretos y realistas’ como “Expulsar a los Generales – Obreros al Poder” (para Chile), “Sólo Una Solución – Revolución” (para Québec), y “Por una Medio Oriente Rojo”. Como es de esperarse, su orientación principal es reclutar otros izquierdistas, militantes y estudiantes – El trabajo de masas puede esperar, presumiblemente hasta que encuentren la manera de hablar a la gente común.

En efecto, uno de los logros más consistentes de los Trotskistas a través de los años ha sido alejar a la gente de políticas extremistas. El número de ex-Trotskistas desprestigiados y enajenados supera en gran medida al de Trotskistas activos. Sus obvias tácticas manipuladoras en las organizaciones en las que se infiltran tienden a alejar a los miembros comunes, siempre alerta frente a cualquiera que se identifique como Trotskista.

A pesar de su larga historia de divisiones y fracasos, la Cuarta Internacional continúa aferrándose a una perspectiva que ha desprestigiado a generaciones de activistas. La mayor contribución del Trotskismo a la Izquierda, de hecho, es la multitud de ex-Trotskistas que han continuado haciendo un buen trabajo después de dejar el Trotskismo atrás. Uno desearía que más militantes pasaran directamente a hacer el buen trabajo sin desviarse hacia el callejón sin salida del Trotskismo.



Translated from the English by Luis Osuna

Also available in English: Trotskyism and the Vanguard Party.